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El Profe-Jenifer Cerero Guerra

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BristoLatino presents Jenifer Cerero Guerra‘s El profe. The novela is part of a series of short stories recounting failed love affairs and published by Jenifer as her Arts degree final piece at the the Bogotá university, La Javeriana.

 

1. Rompiendo el cascarón

 

Aquel 19 de enero de 2009 tenía solo 18 años, me encontraba frente al edificio que sería mi nuevo segundo hogar, la Facultad de Artes de la Universidad. Tenía muros de piedra y grandes ventanales, árboles verdes que la decoraban en sus jardines y la hacían lucir como un lugar misterioso y mágico, que yo apreciaba con ilusión y curiosidad. Me sentía tan pequeña como una hormiga en un humedal. Estaba un poco asustada, pero también altamente emocionada y no era para menos, era el inicio de una nueva etapa en mi vida, estaba abandonando la idea de ser una adolescente dejando atrás los recreos en el patio y la monocromía de los uniformes para descubrir la autonomía, la independencia y la libertad, esa que todos perseguimos en etapas tempranas. Sentía la excitación de conocer nuevas personas, descubrir nuevas experiencias, tenía la sensación de querer explorar el lugar.

Me encontraba en las escaleras de la entrada del edificio, grupos de chicos y chicas iban y venían, me sentía un poco intimidada. Aunque no tenía ni idea de dónde se encontraba el salón de mi primera clase, preferí caminar sin preguntar, sin hacer contacto visual con nadie.

Sentía que alguien me juzgaría si se daba cuenta que era una primeriza, una novata en aquel lugar.
Seguí mi camino, lidiando con aquellas ideas en mi mente, tratando de encontrar mi clase. Con un poco de prisa me acerqué a un mapa en medio de una pequeña plaza, intentaba descifrar hacia dónde debía ir. Miré el papel donde estaba mi horario de clases:

Historia del arte I, martes 9-11 am.
Salón 306 – Profesor: Calvin Torres

Después de varios giros de cabeza, logré ubicarme. Atravesé la plaza y, después de caminar 200 metros, me encontré con un pequeño edificio, tan pequeño que parecía una casa. Ascendí por las escaleras y hallé un corredor que tenía una serie de salones a lado y lado; estaba un poco agitada y sentía cómo pequeñas gotas de sudor empezaban a descender sobre mi frente. No había nadie afuera, parecía el pasillo de una clínica a media noche.

Frente a la puerta de mi salón, conté en silencio hasta cinco, respiré profundo, giré la perilla, abrí la puerta y la primera figura que logré descifrar a través de la delgada línea entre la puerta y el marco de la pared, fue la de un sujeto con una melena crespa, no muy larga, castaña; vestía una camisa a cuadros rojos con negro, jeans no muy ajustados y un rostro enmarcado por una barba que no había sido rasurada en días. Giró su rostro hacia mí y en un segundo sentí cómo mis mejillas se ruborizaron y se convirtieron en dos tomates.

Sentí que todas las miradas en aquel salón se fijaron en mí, no pronuncié palabra alguna; me tocó recorrer todo el salón para llegar hasta la única silla vacía, donde esperaba dejar de ser el foco de atención. Una vez me encontré a salvo del escarnio público, al cual me había sometido el azar, escuché la voz de aquel sujeto continuar la explicación que yo había interrumpido.

Intentando entender lo que estaba sucediendo, quise prestar atención, pero no podía sacar de mi cabeza aquel momento bochornoso que había experimentado; durante los 60 minutos de clase la vergüenza no me abandonó. Una vez se dio por terminada la sesión, aquel hombre de cabellos ondulados, me miró fijamente diciendo: la próxima vez que llegues tarde avísame para no empezar sin ti. Era obvio su sarcasmo, en pocas palabras y con una sola mirada me penetró. Sentí como la pena me inundaba, vaya decepción, una total desgracia nuestro primer encuentro.

2. La excusa

Martes

Debido a que no deseaba en lo mas mínimo repetir mi primera experiencia, ese día logré llegar a clase diez minutos antes. Entré al salón y no había nadie, me senté en el primer asiento que encontré. Miraba mi celular para matar el tiempo. Pasados unos segundos, otro estudiante entró, se sentó cerca mío y empezamos a dialogar. En medio de nuestra charla, llegó Calvin, puso su morral sobre el escritorio y, mirando la pantalla del ordenador que tenía al frente,
me saludó: Vaya sorpresa, ¡esta vez has llegado temprano! No supe qué decir, mi rostro se quedó totalmente paralizado.

Pasaron unos minutos, el salón se llenó y Calvin comenzó su explicación. Yo lo miraba mientras él señalaba las imágenes en el tablero. Me gustaba verle. Empecé a detallarlo, me cuestionaba por qué me parecía tan interesante aquel hombre de aspecto un poco enmarañado. Digamos que físicamente se alejaba bastante de lo que yo consideraba el prototipo de un hombre atractivo, pero me gustaba como hablaba, parecía saberlo todo y tener respuesta para todo, era como un Adonis del conocimiento.

Era extrañamente excitante. La sesión transcurría y, por pequeños milisegundos, su mirada se cruzaba con la mía y yo sentía mi corazón detenerse. A veces pensaba que era miedo, otras era como fijación y deseo. Mientras mi mente divagaba libremente tratando de entender este fenómeno de emociones, una pregunta me atacó desprevenida: ¿tú que opinas? Con su mirada infalible Calvin esperaba una respuesta de mi parte. Nuevamente no supe qué decir, mi cerebro se congeló, fue culpa de su habilidad para paralizarme el habla y mantenerme distraída.

Después de tan penoso momento, solo pensaba en la mala impresión que le había dejado, era muy probable que pensara que yo era una inepta, estaba resaltando no por mis méritos sino que, al contrario, me perfilaba como candidata a la lista negra de la clase. Al quedarme con ese sinsabor, pensé que lo más viable era inventarme un plan para que esta mala reputación no se hiciera definitiva.

De repente vino a mí: la salida era pedirle ayuda con alguna labor. Quería demostrarle que mi cabeza era algo más que un coco vacío e insonoro, pero, para ser honesta, me interesaba más descubrir quién era ese sujeto, no era normal mi inclinación. Todos salieron del salón y quedamos él y yo. Había un silencio incómodo de mi parte, no sabía cómo romperlo, esperaba que él pronunciara la primera palabra. Pero no pasó, así que, llenándome de valentía, dije lo primero que se me ocurrió: ¿Podemos intentar hacer una clase extra? Me siento un poco perdida. Mirándome fijamente, me pidió que me acercara. Cuando estuve a su lado, sentí su olor atravesar todo mi sistema respiratorio; era una fragancia ácida y fuerte, que traía a mi mente la imagen de los limoneros. Calvin volteó su rostro hacia mí, se sentó sobre el escritorio y, tomando un
libro, me lo pasó: lee el primer capítulo y ve a mi casa el próximo lunes en la tarde, está es la dirección… Sin entender muy bien lo que sucedía, asentí mientras lo veía salir.

3. El empalme

Otro día de la semana

En la cafetería, estaba sentada, totalmente concentrada en resolver la composición para un dibujo. Uno de mis lápices de color se cayó al suelo y, al inclinarme a recogerlo, vi unos zapatos color marrón acercarse al otro lado de la mesa. Levanté la mirada y era Calvin. Tenía un café en la mano derecha y unos libros en la izquierda; sin decir nada, se sentó en la mesa y me saludó casualmente. Yo me quedé callada, mirándolo con sorpresa, él con una sonrisa leve confirmó nuestro encuentro del lunes. Decidida a dejar el rol de niña tímida, empecé una conversación, sentía que era hora de romper el hielo.

En medio de una charla amena, curiosamente, el tiempo transcurría y yo sentía que me conectaba con él, era increíble la pasión y el conocimiento con el que me hablaba acerca de su trabajo como docente. Demostraba ser una de esas personas que posee mucho conocimiento y que ama su profesión, la ejerce con el mayor deleite del mundo. En ese instante las cosas comenzaron a cambiar, su mirada profunda, el olor a limón de su colonia, penetraron con mayor intensidad y
fueron fuertemente percibidos por mis sentidos. Experimenté una sensación de deseo intenso, sus rizos y su barba me parecían atractivos; pensaba que amaba la condición de aquel sujeto que tenía al frente, quería que me enseñara todo, quería que me lo diera todo, sentía que quería absorberlo. Al estilo de una película de los 60s, una imagen se recreó en mi cabeza como un anhelo de adolescente: estábamos los dos posando sobre la cama, desnudos a la luz de la mañana, recitando frases del Libro Rojo de Mao. Era inevitable, pero la atracción que en un principio no era más que curiosidad, se
estaba transformando en admiración y deseo por un hombre. Ya no podía verlo como mi profesor, lo veía como el hombre que lo sabía todo, un apolíneo intelectual, protagonista de mis sueños.

Desde ese día empecé a fantasear con Calvin todas las noches y en la mañanas. Recién me levantaba, ansiaba verlo, me imaginaba que me tomaba en sus brazos y apasionadamente me daba un beso.

Añoraba que llegara cada martes, se fue convirtiendo en una especie de ritual con el que buscaba lucir lo más adulta posible. Era una rutina que empezaba desde los pies e iba hasta la cabeza: buscaba los zapatos más altos y cómodos, usaba mis vestidos de flores, le hacía rizos a mis cabellos, me ponía rubor en las mejillas y un poco de labial rojo; al final quedaba como toda una mujer.

Una vez llegaba al salón, me sentaba en primera fila. Aunque la clase acontecía con completa normalidad, yo notaba su mirada. Intentaba ocultarlo, pero sus ojos no podían evitar fijarse en mí, portaban esos destellos de deseo. Me quería tener, tanto como yo a él, de eso no cabía la menor duda.

4. Máquinas de electricidad

Entré en su apartamento, era pequeño pero muy iluminado. Tenía una decoración peculiar, todo era bohemio, con muchos colores marrones y muchos pósters de propaganda política. Era claro que aquel individuo era un rebelde, alguien que no tragaba entero; razón que claramente me hizo adorarle más. Mientras Calvin hablaba y me contaba sus experiencias y situaciones memorables de los últimos años, yo en mi cabeza solo pensaba en el momento en el que se lanzaría sobre mí, dejando ocurrir la magia.

No era mi primera vez, pero sabía que sería como si lo fuera. Calvin era un hombre maduro, pasaba de los 30 años y ya había vivido el doble de experiencias que yo. Ciertamente era algo que yo encon-
traba muy atractivo.

Sentados en la sala, él se sentó a mi derecha. Estábamos muy cerca, nuestras rodillas se rozaban por instantes. Aunque quería verlo, no lograba sostener su mirada, que sentía fija sobre mí. Por un momento giré mi cabeza, intentando ver el objeto que me señalaba y, al girar de regreso, encontré su boca posada muy cerca de mi cuello. Sin pensarlo y de manera simultánea puse mis manos sobre su cara y lo besé. Sentí una mecha encenderse y desatarse como una corriente sobre mi piel, era potente, con cada contacto de nuestras pieles se expandía más y más.

Sus manos sujetaban fuerte mi cabello, yo acariciaba su espalda sutilmente, solo me dejaba llevar. Su barba rozaba mi mentón, era una sensación extraña pero la disfrutaba. Cuando sentimos que nos faltaba el aliento tras ese beso, decidimos parar. Mirándonos, como si las palabras hubieran sido códigos visuales, nos pusimos de pie, sujetó mi mano y nos dirigimos hacia su habitación.

5. ¿Un acto de amor?

Sentada sobre la cama, mis manos sudaban mientras él me miraba fijamente. Sentía sus caricias en mi cuello y percibía su fuerte deseo de arrancar mi ropa. Pero Calvin sabía que debía hacerlo con cautela. Ambos éramos conscientes de que no era muy experimentada, y que en el fondo tenía miedo. Suavemente me susurró al oído y sus manos bajaron la tira de mi sostén. Con una mano, lo retiró. Mientras me besaba, sus manos acariciaban mi pecho.

No tenía prisa, no era brusco, por el contrario, cada movimiento era exacto y daba en el punto; me hizo pensar que aquella primera vez en la escuela había sido un simulacro, un juego de niños.

Cada área que tocaba y la forma en que lo hacía me estimulaba, parecía conocer más de mí de lo que yo hasta ese momento me había permitido. Ese día, ambos tuvimos la fortuna de tocar el cielo, pero lo que más recuerdo fue que me hizo sentir fuertemente deseada. Tuve que partir, la noche había caído y yo debía regresar a mi casa.

Aún cuando deseaba quedarme a dormir en sus brazos, debía volver al toque de queda como la Cenicienta.

6. Inestabilidad

Pasaron los días, aunque mi rutina transcurría normal, cada minuto, cada segundo recordaba ese momento, no lograba pensar en otra cosa. Era demasiado difícil sacar a Calvin de mi mente, no sabía nada de él desde ese día. Con la ansiedad acompañándome como una fiel compañera, intentaba reconocer el siguiente paso a dar, por más que quisiera, era imposible conectar los astros para encontrarme con él, no tenía su número y la única opción que encontraba era ir a buscarlo directamente a su apartamento. Esa sensación de querer ver a alguien puede hacerte perder la cabeza.

Sin embargo, nuestro encuentro se aplazó hasta que nos encontramos sin salida en medio del salón de clase. Yo entré muy bien arreglada, como solía ir todos los martes, y me senté, pero Calvin ni me volteó a ver. Supuse que era cuestión de mantener un perfil bajo. Aunque éramos dos “adultos” este tipo de situaciones no estaban permitidas entre profesores y estudiantes, así que era mejor disimularlo. El tiempo transcurrió y yo pretendía estar atenta a todo lo que él decía, pero era solo un acto, mis pensamientos estaban analizando la estrategia para quedarme con Calvin una vez acabada la sesión. No tenía ni la menor idea de lo que diría, pero supuse que era obvio que algo tenía que pasar. Al final, mi única opción fue ir al baño y regresar cuando todos, menos Calvin ya habían salido. Entré al salón y lo abordé con un hola amable y esperé su reacción.

Él levanto su cabeza y me respondió Hola, ELLA ¿cómo estás? Sorprendida por su naturalidad, le respondí amablemente y seguí la conversación, salimos del lugar y, mientras caminábamos, habla
mos de diversos temas sin tocar nuestra situación. Estaba un poco frustrada, desde mis adentros una fuerte voz quería preguntarle: ¿Qué está pasando? La incertidumbre de no entender su comportamiento me estaba matando.

Inesperadamente, me invitó a almorzar. Me propuso ir a su restaurante favorito, un lugar pequeño con cinco mesas desde donde se podía ver la cocina. El ambiente era amenizado por tangos de Gardel y las paredes estaban decoradas con afiches de la Bogotá de los años 20. El chef era un hombre mayor de 60 años, la mujer que atendía al público rondaba los 30. Nos sentamos en la única mesa disponible. Con dos movimientos de manos, Calvin le dio una instrucción y ella le entendió. Me dijo: espero que comas de todo, este lugar es exquisito y todo sabe increíble. Evidentemente yo no comía de todo, realmente tenía una dieta estricta que no pasaba de la lechuga y el tomate, pero suele pasar que cuando estás enganchada con alguien omites esos detalles.

Mientras comíamos, Calvin puso su mano en mi mejilla derecha y, mirándome fijamente, halagó la belleza heredada de mi madre. Hazlo quedar como un bobo. Dijo sentirse extasiado cada vez que
me miraba. Aprovechando el momento, quise proponerle que nos viéramos otro día, pero Calvin sin siquiera dejarme acabar la frase, me dijo que no era posible. Aparentemente tenía mucho trabajo.

Una vez terminamos salimos del lugar y un beso apasionado cerró el encuentro.

7. La decepción

Realmente estaba confundida, no lograba descifrar por ningún lado cómo funcionaba esa relación. Nuestra atracción era bastante fuerte; yo lograba percibir cómo sus poros se agrandaban cuando me tenía cerca, pero también era obvio que se resistía. Una noche, escuchando mi voz más romántica, decidí escribirle una carta. Aunque sabía que era un acto bastante cursi, pensaba que era una buena manera de comunicarle mis afectos y aclarar la situación.

En mi habitación, con un par de hojas de cuaderno y un esfero, dejé que las palabras fluyeran, no muy largo pero tampoco corto, quería lograr expresar las cosas como eran:

Calvin,

No puedo describir de manera exacta lo que siento por ti. Cada vez que estamos cerca, mis sentidos se paralizan y unas ganas enormes de tocarte me hacen sentirme que no puedo controlar mis acciones. En los últimos días he pensado en lo que significa estar enamorado. A mi corta edad ya he sentido lo que es perder la cabeza por alguien, querer tenerlo cerca a cada instante, pero me pregunto si lo que siento por ti puede considerarse amor. Eres dopamina para mis sentidos, el mejor accidente hasta ahora ocurrido y, como diría W. Phillips, una 20 revolución que simplemente llegó.

Deseo entender si esta serie de emociones serán correspondidas.

Con amor,
Ella

Entregar esa carta fue toda una odisea, no podía pedir ayuda y debía cerciorarme de que Calvin la leyera. Solo así, podría descansar del desconcierto con el que vivía.

Jueves en la mañana, 7AM

 

Con la carta escondida en mi mano, entré en el edificio donde Calvin se encontraba dictando otra de sus clases. Llegué a pensar en esconderme detrás de las matas antes de que alguien notara mi presencia. Al final decidí que lo mejor era convertirme en un camaleón, pretender que no encontraba un salón y caminar por los pasillos como cualquier estudiante. Encontré el salón y me asomé
por la pequeña ventanilla de la puerta: Calvin dictaba su clase, tan apasionado como siempre. Miré el reloj, faltaba casi una hora para que terminara; evidentemente no era buena idea sentarme frente al salón para verlo salir. Me hice en una butaca al final del pasillo y, con un libro en la mano, disimulé mis nervios y oculté mi rostro de quienes pudieran reconocerme. Pasó el tiempo y escuché la puerta abrirse, la gente empezó a salir. Mis manos comenzaron a sudar y escuché mi corazón a punto de estallar. ¿Qué iba a decirle? ¿Cuál era la mejor forma de abordarlo?

Mientras pensaba en las palabras correctas, vi el rostro de Calvin asomarse en el corredor, pero no estaba solo: una estudiante de octavo semestre lo acompañaba. De manera automática, me puse
de pie y los seguí cautelosamente. Ellos caminaban a la salida y se veían muy concentrados en lo que discutían. Los seguí por varios minutos, hasta que la chica se fue. Tome el impulso que necesitaba y, casi corriendo, lo alcancé. Hola Calvin; girando su cabeza y con cara de sorpresa me saludó. Parecía haber visto un fantasma. Acto seguido, me saludó y siguió caminando como si deseara salir de aquel lugar rápidamente.

Logré que se detuviera y, con el corazón palpitando a mil, le expliqué que necesitaba decirle algo. Le tomé la mano y él me miró con asombro, en este escenario éramos tan solo un profesor y su estudiante. La distancia que sentía emanar de él me hizo solarle la mano rápidamente y dejarle la carta en un bolsillo de la chaqueta. Él abrió tanto sus ojos que pude ver sus nervios ópticos. No pronuncio palabra. Le pedí que leyera la carta tranquilamente e intenté acercarme para besarlo pero, antes de que pudiera hacerlo, escuché una voz pronunciar su nombre.

Era la misma chica que había salido con él del salón. Calvin nos presentó muy nervioso. Me hubiera gustado ser sorda en ese preciso instante: Ella te presento a Maria Angélica, mi novia. La chica me saludó amablemente, mientras yo intentaba mantener la compostura.

No podía mirar a Calvin y sentía una corriente de lágrimas queriendo salir por mis ojos. Me sentía estúpida y bastante avergonzada ¿cómo era posible que no hubiera visto esta situación venir? Hasta ese momento, nunca le había pedido a la tierra que me tragara. Estaba de pie, conformando un triángulo amoroso sin haberlo pedido.

La vida me mostraba con total claridad que el amor no era el escenario que solemos imaginarnos.

 

 

Header image Arts Faculty, Pontifica Universidad Javeriana, La Rotta Arquitectos. All artwork author’s own.